Le rozaba la piel con delicadeza, le abrazaba por la espalda y
al recostarse sobre su hombro, se sentía en casa.
Dicen que un hogar no es un lugar, es un sentimiento; es cierto.
Lo sabía mejor que nadie, porque en él se refugiaba cada noche.
Sentía su calor, su protección y ya se le podía estar cayendo el mundo encima
que cuando apoyaba la cabeza sobre su hombro, nada importaba ya.
Dejaba de ser dentista, para ser un alma más.
Su latir la tranquilizaba hasta hacerla dormir, no había sitio más seguro.
Fue así, cuando en un sueño ligero a medianoche se dio cuenta de
que estaba en el único lugar apartado de todo.
En el único lugar donde no existían calles, no había vecinos, ni números.
El único lugar donde no había nombres, ni maldad, ni clases sociales.
Dónde el único alquiler, renta o hipoteca que existía ,era la vida.
Que es lo único que no se puede comprar.
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